Esas madres que nunca más volverán
a ver a sus hijos. Jóvenes que salieron de su país en busca de un mundo mejor,
donde poder trabajar con dignidad, jóvenes que realizaron una travesía de miles
de kilómetros para terminar en las profundidades de un mar hóstil.
Esas madres que descubren que sus
hijos han asesinado a compañeros y profesores de instituto o que han estrellado
un avión matando a cientos de personas.
Esas madres atrapadas en un reducto
ideológico – religioso que les obliga a entregar a sus hijos como mártires de
una causa que su corazón no puede ni quiere compartir.
Esas madres obligadas por las
circunstancias socio económicas a entregar a sus hijos en adopción a personas
acomodadas de países muy lejanos.
Esas madres que acompañan y confortan al hijo
enfermo terminal, a un hijo adicto o a un hijo preso.
Esas madres que ven a sus hijos,
niños muy muy pequeños, trabajar a diario en minas de minerales extraños que
los países ricos necesitan para sus nuevas tecnologías.
Esas madres que pierden a sus hijos
obligados por grupos armados a convertirse en soldados en guerras que ellas no entienden.
Esas madres que esperan día tras
día una noticia, una pequeña pista del paradero de sus hijos desaparecidos.
Esas madres que reciben una llamada
telefónica que les comunica la muerte de uno de sus hijos.
¿Puede existir sufrimiento mayor?
Y, sin embargo, casi todas siguen
adelante, luchando con fuerza y mucho amor por los hijos que les quedan, por
fabricarles un mundo mejor, por lograr una sonrisa, por conseguir un tímido paso adelante.
Esas
madres, todas esas madres, son las que se merecen un Día de la Madre.
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