Y de repente el tiempo se detiene. Un segundo, un titular
del diario y se para la vida un momento.
Y junto a la tristeza por la pérdida del amigo, llegan los recuerdos,
nítidos como si fuera ayer, aunque hayan pasado ya más de 20 años desde la
última vez que nos encontramos.
Memorias
de una infancia compartida, de larguísimos veranos enfrascados en partidas de
monopoli, de polis y cacos, de balón prisionero... Tardes eternas de momentos contigo y con los hermanos, con
los primos, con los amigos que llegaran.
Recuerdos de carreras y persecuciones, de casas abandonadas
en la maleza que se convirtieron en refugios, de escondites, de peleas de bicis en el frontón, de baños y
risas en el depósito, de aventuras
improvisadas, de intercambio de empujones, bichos, meriendas, contraseñas en
ocasiones…
Recuerdos de conversaciones sobre una tapia, de algunas
excursiones en bici, de risas, de carcajadas, de felicidad infantil… Recuerdos
de guiños disimulados (aprendidos juntos en tardes eternas jugando a las cartas) y de miradas complices cuando
bien entrados en la adolescencia nuestros grupos coincidían y se detestaban al
instante…
El diario publica tu foto y veo que conservas aún la sonrisa
franca y abierta de tu infancia y así, sonriendo como cuando éramos niños, así es como he decidido recordarte.
Descansa en paz, Javier, te has ido y te has llevado contigo
un trocito de mi infancia, pero seguirás sonriendo, como hacías siempre, en mis
recuerdos.
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